jueves, 27 de noviembre de 2014

Las anclas perdidas…



¿Nunca os he contado porqué hay tantas anclas en Barbate?, espero que esto no salga de aquí que luego viene Poseidón a reñirme.


Pues ya no me acordaba, pero el otro día paseando por allí y verlas recordé que hubo un tiempo que los barcos piratas campaban a sus anchas por los mares, y si en los mares eran malos, no podéis imaginaros como eran al tomar tierra, así que las sirenas nos dedicábamos a robarles el ancla, y os preguntaréis que para que hacíamos eso, ¡cómo se nota que sois de secano!.

Un barco sin ancla no puede parar en la orilla a no ser que encalle, si no paran no pueden repostar y si encallan, tardan meses en poder volver a echar el barco a la mar.

Los piratas no podían estar mucho tiempo en un lugar porque los apresaban y sin repostar perdían las provisiones y morían en la mar… si, esos son los famosos barcos fantasmas.

De ahí viene también esa mala fama que tenemos las sirenas, porque mientras una cantaba para distraerlo, otras nos encargábamos de robar el ancla y dejarlas en una playa lejana. Por eso dicen, y no es cierto, se desvirtuó la historia, que los cantos de sirena hacían encallar a los barcos.

El problema vino cuando tuvimos que esconder tantas anclas, que unas cuantas vale, pero tantas se veían a legua y temimos que las encontraran los piratas y supieran de nuestra travesura.

Por aquellos entonces, los valientes pescadores de Barbate y pueblecitos cercanos pescaban el atún con grandes redes, a nado, era peligrosísimo, pero es un pez como todos sabéis exquisito, y alguna vez alguna de nosotras despistadas, nos dejábamos atrapar junto con los atunes, alguno de esos pescadores cayó a su vez en las redes de mis hermanas, que el amor es como una red invisible y fue surgiendo una cómplice amistad entre esos pescadores y nuestra especie.

Un día, una de mis hermana, enamorada y correspondida por un apuesto pescador le contó el problema que teníamos con las anclas y éste propuso a su cofradía que las usaran para sujetar las redes, así podría acumularlas a la vista, a la orilla del mar y todos pensarían que era un utensilio de pesca.

Lo curioso es que las anclas eran muy útiles y les ahorró mucho trabajo, ellos nunca hablarán de nosotras por agradecimiento y nosotras estamos agradecidas de su ayuda.

Ya no hay barcos pirata como los de antes, tampoco quedamos muchas sirenas y puede que esta historia se quedase en el olvido, pero al cruzarme con un viejo pescador de manos y piel curtida vi un brillo de reconocimiento en su mirada, yo le sonreí y el bajó la mirada contento y aceleró el paso.

Sé que nuestro secreto está a salvo, la palabra de un pescador vale su peso en atún rojo.

Ya nadie cree en sirenas, así que pescadores, os libero de vuestra promesa y podéis contar la historia tal y como ocurrió, al fin y al cabo, ¿quién iba a creernos?.