Concurren las horas en un mismo punto,
a un mismo sitio:
el centro de un corazón que late
al compás del llanto de perderte,
de haberte tenido,
deseando tu boca como alimento
de mi sangre, caliente, roja,
llena de vida y oxígeno.
Maraña de sentimientos que juegan
en equilibrio, al borde del odio,
al borde del amor sentido,
sublime y perdido,
excelso y único
que no tuvo la oportunidad
de ser fruto maduro en tus manos de niño.
Las horas son lluvia
gotas los minutos,
monotonía del tiempo que silencioso
pasa y me grita que no te he tenido,
me roza y me arranca un suspiro,
un deseo que nace escondido
del centro volcánico de mi cuerpo,
que prende en llamas por tu voz,
que se hiela y rompe
en mil cristales hirientes
con el frío que siente en el vacío.
Y me duelen las horas,
que gritan en lamentos perdidos,
sordos a mis ruegos de callarse,
solos desde que te has ido,
susurros que mueren si haber nacido,
tanto amor, tanto...
que poco a poco se disuelve,
sin que lo llores, sin que lo penes,
sin que siquiera sepas lo que has perdido.